Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1881-1882 (Cortes de 1881 a 1884)
Sesión: 27 de marzo de 1882
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 90, 2385-2387
Tema: Interpelación sobre la industria y comercio de Madrid y proposición incidental de Sr. Romero y Robledo y otros

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Señores Diputados, casi me alegraría que mi distinguido amigo el Sr. Gullón usara de la palabra, porque en honor de la verdad, tengo miedo a hacerlo yo. Tan resbaladizo y tan vidrioso voy viendo este debate. Ya se ve; no tiene nada de particular: como comenzó por petardos, seguimos recibiendo petardos a montones; pues en cuanto a petardos, no lo conozco mayor que el que viene dándonos el partido conservador, que, siendo conservador, hace una porción de días que las ideas que emite no están conformes con las del partido conservador. Sólo le puede igualar el petardo que nos ha dado también el Sr. Cánovas del Castillo, porque ha empezado diciendo esta tarde que iba a tener mucha calma, mucha circunspección y mucha templanza. Si no se propone eso S. S., no sé hasta dónde hubiera ido a parar, y nosotros también.

Es tal la fuerza de la costumbre, Sres. Diputados, que por lo visto, una vez interrumpidas las sesiones por pocos o muchos días, es imposible reanudar las tareas parlamentarias sin que preceda un debate extenso; y a falta de discurso de la Corona, ha sido necesario buscar otra cosa; y a falta de cosa mejor, se ha traído los síndicos, los jugadores y los petardos, y otras cosas peores se hubiera traído (y no digo cosas peores refiriéndome a los síndicos, lo digo refiriéndome a los petardos), otras cosas peores se hubieran traído si no se hubieran encontrado éstas; porque en punto a traer cosas, veo poco escrupuloso al partido conserador. (Aprobación.) Pero, en fin, los síndicos ya desaparecieron; ya nadie se acuerda de los síndicos. ¡Pobres gentes! Juguetes hace tiempo, ya de los unos, ya de los otros, manejados por unos y por otros, como si fueran, como ahora se dice, fantoches; antes por el Sr. Ruiz Zorrilla, y después por el Sr. Romero y Robledo, empeñado ¡vana y estéril temeridad! Empeñado en hacer competencia a aquel célebre personaje. (El señor Romero Robledo pide la palabra.)

Los síndicos ya no hacen falta; han servido de pretexto, han servido de instrumento; ya veremos después quién les compensa los disgustos por que van a pasar y los gastos en que se han metido; porque ellos no pagan y tienen la culpa de que no paguen otros, y ellos y los otros pagarán, y pagarán con los recargos y pagarán con los apremios.

Ya veremos si los que los han comprometido les compensan de algún modo, porque de cualquier manera la ley ha de tener su debido cumplimiento. (Bien, bien.) También ha desaparecido el juego; y los petarderos, aunque le choque la palabra a mi antiguo amigo particular y querido siempre el Sr. Romero Robledo, los petarderos, que así se llaman y se han llamado siempre en castellano, palabras conocidas en la guerra sobre todo, así se llaman los que llevan y los que ponen petardos; y así deben llamarse para no confundirlos con los que se llaman petardistas, que son los que los hacen, y sobre todo los que los dan. (Risas.)

Ya ha pasado, señores, el juego, y han pasado los petardos; y mejor hubiera sido que ni el juego ni los petardos hubieran venido a este sitio. (El Sr. Romero Robledo: ¿Quién los ha traído?) Sí, los ha traído S. S., para disculpar aquí su falta, y hasta para aplaudir su conducta. Después de esto ha venido otra cosa; ha venido una proposición incidental tratando la cuestión más grave, la cuestión más importante, la cuestión más trascendental que puede tratarse en un Parlamento, pero que en honor de la verdad, donde menos necesita tratarse, Sres. Diputados, es en España; porque en punto a inmunidad del Parlamento, en punto a inviolabilidad de la tribuna, en punto a prerrogativas parlamentarias, no tenemos que envidiar a ningún país de la tierra. ¿Pero cómo ha venido aquí esta proposición, y qué significado tiene esta proposición? Significado que habéis cambiado después, porque habéis visto que vuestra estrategia no producía el resultado que buscabais.

Las Cortes lo pueden todo, los Diputados lo podemos todo; y porque las Cortes y los Diputados lo pueden todo, el Sr. Romero Robledo, Diputado conservador, ha podido muy bien estos últimos días llamar buenos patricios y proclamar el patriotismo de unos cuantos ciudadanos que se reúnen, que se confabulan, que se coaligan y que predican y excitan a los demás a la rebeldía contra las leyes, y ha podido disculpar la conducta de los jugadores llamándolos ciudadanos dignos y no sé cuántas cosas más, y ha podido hasta disculpar la conducta de los que perturban el sosiego de la población y atentan contra la vida de los demás; y al mismo tiempo que esto hacia S. S., no tenía una palabra de elogio, sino de censura, contra los jueces, contra los magistrados y contra los que por su misión son llamados a juzgar aquellos desmanes.

¡Las Cortes lo pueden todo! ¿Quién lo duda? Los Diputados lo podemos todo, y por eso ha podido levantarse aquí un Sr. Diputado conservador, el Sr. Bosch y Labrús, a decir que aquí no pasa nada, que todos eran unos inocentes: los síndicos, los jugadores, los pe- [2385] tarderos, todos; que aquí no había más criminales que los Ministros de la Corona.

Las Cortes lo pueden todo, los Diputados lo podemos todo, y por eso ha podido el Sr. Silvela, con un aire, y un acento, y una postura que envidiarían los miembros más eminentes de cierta célebre compañía, ha podido, con ese aire compungido, decir muy frescamente que los jueces, y los magistrados, y los tribunales, en este país desdichado, no son más que unos dependientes serviles del Poder ejecutivo, sometidos única y exclusivamente a su capricho y a su voluntad, arrojando así por tierra en un momento (El Sr. Silvela: Pido la palabra.) la dignidad, la autoridad y la independencia de los tribunales españoles; y en cambio su señoría, haciendo lo mismo que ha hecho el Sr. Romero Robledo, no ha tenido ni una palabra siquiera de censura, ni para los ciudadanos que predican la desobediencia a las leyes, ni para los malhechores, contra los cuales estaban procediendo y están esos tribunales que S. S. ha arrojado por el suelo. (El Sr. Silvela: No me he ocupado de eso.)

Pero S. S. se ha ocupado de denigrar la magistratura española. (El Sr. Silvela: No con ese motivo.) (Fuertes rumores.) Sea con el que quiera, yo celebro que S. S. diga que no los ha denigrado con ese motivo. (El Sr. Silvela: Ni con ninguno; no me he ocupado de la magistratura con ese motivo, sino con el de las Diputaciones provinciales y Ayuntamientos.)

Vamos a los Ayuntamientos y Diputaciones provinciales; porque eso me hace gracia, Sres. Diputados. Ya lo sabéis; la noticia os habrá cogido de nuevo; cada uno de vosotros es un cacique en su distrito, que tenéis en el bolsillo al juez de primera instancia, que hace lo que vosotros queréis. ¿Queréis que encause a los Ayuntamientos? Pues los aprisiona y los tiene encausados hasta que vosotros queráis. ¿No es verdad que la noticia es nueva? Porque esos jueces tan malos, esos magistrados tan malos, esos tribunales tan malos, que se supeditan ante el Poder ejecutivo y ante la voluntad de los Ministros, son vuestros jueces, son vuestros magistrados, son vuestros tribunales; y si el Poder judicial está en nuestro país tan rebajado, es el Poder judicial que no habéis entregado vosotros. (Dirigiéndose a la minoría conservadora. -Aplausos y bravos en la mayoría.)

Luego el Sr. Silvela con su ingenio vino aquí a hacer una especie de reproducción del Alguacil alguacilazo del ingenioso Quevedo, tratando a los tribunales del día ni más ni menos que como aquel insigne autor trataba a los corchetes. ¿Por qué? Porque el Gobierno lleva a los tribunales, previa consulta del Consejo de Estado, a las corporaciones populares que faltan a su deber. ¿Pero sabéis por qué las lleva? Porque no tiene otra ley a que someterse, más que la que le dejaron los conservadores, y como en esa ley se halla establecido ese precepto, no tenemos más remedio que cumplirlo.

Por tanto, si los tribunales son malos, son los que vosotros nos dejasteis; y si el procedimiento no es bueno, vuestro es también el procedimiento.

Todo el discurso del Sr. Silvela, con toda su habilidad (aunque es verdad también que los listos muchas veces se pasan de listos), con toda su habilidad, se ha vuelto contra sus mismos compañeros, y a nosotros no nos ha hecho daño alguno.

Señores Diputados, porque al cabo de tres o cuatro días mortales no se oye una palabra favorable a los tribunales, todas son cesuras, se les llama arbitrarios, se les llama conculcadores, se les llama injustos, se les llama prevaricadores; porque al cabo de tres o cuatro días, repito, no se oye una palabra favorable para los tribunales en este país en que de tanto respeto necesita el principio de autoridad, y sobre todo, en que necesita tanto prestigio el Poder judicial; cuando al cabo de tres días no se oyen más que palabras desfavorables y duras contra los tribunales, se levanta el Ministro de Gracia y Justicia, que por su cargo está en el deber imprescindible de hacerlo, puesto que se halla al frente de la magistratura, y se levanta a decir algo en protesta de eso y hacer oír algunas palabras favorables a los tribunales, os irritáis, os precipitáis, llamáis en vuestro auxilio a vuestros mayores enemigos y firmáis una proposición de censura contra el Ministro de Gracia y Justicia, que no habéis tenido el valor de sostener. (Bien, bien, en la mayoría.)

¿Por qué? Porque habéis presentado una proposición cuya redacción tímida, cobarde, está diciendo bien claramente hasta dónde llega vuestro aturdimiento y vuestra sinrazón. ¿Qué dice la proposición? Habéis querido redactar una proposición que fuera una protesta contra las palabras del Sr. Ministro de Gracia y Justicia, y os ha resultado una proposición que es precisamente la confirmación de las palabras que ha dicho el Sr. Alonso Martínez. Porque en último resultado, en tesis general, que es como hay que tratar estas graves cuestiones, tomando esta cuestión en su sentido general, sin descender al significado de una palabra, a la influencia de una coma, a unos puntos suspensivos, de los cuales tanto partido ha querido sacar mi distinguido amigo el Sr. Cánovas del Castillo; tomando este asunto en su sentido general, ¿qué es lo que ha dicho el Sr. Ministro de Gracia y Justicia?

Pues ha dicho que los Diputados tienen derecho para discutirlo todo; que el derecho de fiscalización es absoluto y completo; que todo lo pueden censurar y criticar, que sobre todo pueden ejercer su elevada intervención; pero que tratándose de ciertas cosas, que tratándose del mutuo respeto que se deben unos a otros Poderes, hay el deber moral de no tratarlos aquí de cierta manera y de no suscitar determinadas cuestiones. ¿No es esto lo que ha dicho el Sr. Ministro de Gracia y Justicia? Pues eso ni más ni menos dice la proposición que habéis presentado.

Ved con qué humildad se dicen en ella, no ya que el Diputado tiene derecho a censurarlo todo, no; sino que los Diputados de la Nación tienen derecho de llamar la atención del Gobierno (¡cuidado si es suave la forma!), tienen derecho de llamar la atención del Gobierno sobre los atentados que se cometen contra la seguridad individual o contra el ejercicio de los demás derechos consignados en la Constitución, AUNQUE POR DOLOROSA EXCEPCIÓN los perpetren los tribunales de justicia. No habéis tenido valor de emplear las palabras que dentro de las del Sr. Ministro de Gracia y Justicia, que dentro de las convicciones del Gobierno y de las mías propias, podíais y debíais haber empleado.

Vosotros debíais haber redactado la proposición de esta manera: los Diputados tienen derecho para denunciar los atentados que se cometan contra los derechos individuales, y con más motivo si los cometen los tribunales de justicia.

¿Y qué tiene que ver el derecho que el Diputado tiene para denunciar los atentados que contra los derechos individuales se cometan, cométalos quien quie- [2386] ra, con la manera descortés, ruda, y no quiero calificarla de otra manera, porque no quiero emplear palabras demasiado fuertes, con que vosotros habéis tratado a los tribunales que han entendido o que están entendiendo en ciertas causas, cuando basta que sean individuos de otro Poder que tienen cierta independencia y que debe ser respetado, para que no sea maltratado de la manera que lo habéis maltratado vosotros?

Vosotros en vuestro aturdimiento, en vuestra alegría, dijisteis: ya hemos hecho brecha en el Gobierno; vamos a romper la fusión; y conseguisteis traer a la proposición algunas firmas de otras diversas fracciones de la Cámara, que al pronto pudieron alarmarse, pero que después de bien meditado el asunto han podido comprender que no tenía la trascendencia que se le atribuía. Así y todo, habéis presentado una proposición que es menos fundamental, que dice mucho menos de lo que en defensa de los fueros del Parlamento ha dicho el Sr. Ministro de Gracia y Justicia. Claro es que vuestro plan ha fracasado, que vuestra estrategia ha quedado por tierra.

La fusión no se rompe, la fusión no se romperá ni por eso ni por nada; porque debo decirlo: la agrupación que se ha formado no es una fusión, es un partido (Aplausos), y cuantos más planes imaginéis para dividirlo, cuantos más medios apliquéis para deshacerlo, más compacto y más unido ha de estar el partido. Cuando vosotros no aparecéis con vuestros trabajos, podrá haber disgustos, como siempre los hay en una familia dilatada; pero en apareciendo vosotros, los disgustos desaparecen. No os canséis, pues, en intentar lo que no habéis de conseguir.

No provoquéis, pues, discusiones ociosas, porque no habéis de conseguir resultado ninguno; dedicaos a discutir los proyectos que tenemos sobre la mesa, el primero, Sr. Silvela, el que S. S. dice que hace tanta falta, y el que cree necesita con tanta urgencia el país, el del juicio oral y público, que si no se ha discutido ya, como ha dicho el Sr. Ministro de Gracia y Justicia, ha sido por vosotros. (El Sr. Álvarez Bugallal: Por todos.) El que llevó la palabra para pedirme a mí que no se pusiera a discusión, fue mi querido amigo el señor Álvarez Bugallal. (El Sr. Álvarez Bugallal: Yo dije que me quedaba en Madrid.) Su señoría dijo: "me quedo aquí; pero como todos los demás se marchan, pedimos que no se discuta. "

Yo quería que mientras en el Senado se discutían los presupuestos, se discutiera aquí el proyecto sobre el juicio oral y público; y tan luego como se han reanudado las sesiones, he dicho al Sr. Presidente: "le pido a S. S. por favor que ponga cuanto antes a discusión el proyecto sobre el juicio oral y público. " Antes me pedisteis que no se discutiera. ¿Por qué no se discute ahora? Porque preferís discutir sobre lo de los síndicos, sobre el juego y sobre los petardos.

Ayudadnos, señores, en estas discusiones útiles, con lo cual ganará mucho el país, y no ganareis poco vosotros, que en estos días vais perdiendo mucho: creédmelo (Risas.)

Por consiguiente, la proposición vuestra, en cuanto a su sentido literal, en cuanto a su manifestación doctrinal, la aceptados, y aun nos parece poco. Si no la encuentro irreprochable, es porque aún se queda muy por bajo de mis opiniones, que son muy arraigadas, acerca de los fueros del Parlamento. Así y todo, la aceptamos sin embargo. Pero como por el origen, por el propósito con que se ha presentado, y como vulgarmente se dice (bueno será que ya que esta discusión tuvo antes cierto tono acre, revista ahora un tono familiar y amistoso), por los cabildeos y por los manejos que traíais, me convencí de que todo era la proposición, menos una cuestión doctrinal, me dije: si es manifestación doctrinal, la aceptamos todos, aunque la hubiéramos ampliado más nosotros; pero como eso viene de la minoría, y no me parece airoso para la mayoría que en las declaraciones de principios y en manifestaciones doctrinales vaya a la zaga, vaya detrás de la minoría, añadí: salvemos el principio, salvemos la doctrina, y votemos en contra de la proposición.

Luego se dijo: pues presentemos una proposición de "no ha lugar a deliberar; " y yo contesté: me es igual, con tal que salvemos el principio de la proposición de la minoría: lo que yo no quería era que la mayoría votara la intención de esa proposición; lo que yo no quería era que la mayoría se viera envuelta en las redes que con mucha habilidad podía tenderle la minoría.

Así es que ahora resulta lo siguiente: ¿La retiráis? Pues bien retirada está; pero conste que la retiráis porque no habéis dicho nada que no haya dicho el Gobierno antes. ¿Creéis que la retirada de vuestra proposición implica la retractación de mi compañero el Ministro de Gracia y Justicia? Pues yo lo niego en absoluto; y si lo sostenéis, vendrá una proposición que votará la mayoría; mas para no molestar más a la Cámara, y como la cosa es evidente, quedará el asunto en tal estado si os conformáis con haber retirado la proposición. Así como vosotros decís que ésta es una retractación, yo no digo nada de lo que habéis hecho con la proposición. (Risas.) La presentasteis con un propósito; no lo habéis conseguido y la habéis retirado. ¿Cómo se llama esto? Yo no lo digo; nada me importa; pero este es el hecho. De manera que si queréis que la cosa termine aquí, aquí terminará; pero contando que no hay ni puede haber retractación. Conste esto. (Varios Sres. Diputados: No, no. Otros: Sí, sí.) Vosotros decís que esta es una retractación; nosotros decimos que no lo es. Pues quede la cosa así.

Y no quiero molestar más la atención de los señores Diputados, porque lo que deseo es que entremos pronto en la discusión de los proyectos de ley que hay pendientes, que son muy importantes, no sea que se eche encima el calor y nos digáis que no hacemos nada y que no queremos discutir.

Discutamos esos proyectos, y durante el debate podréis decir lo que tengáis por conveniente; que a mí me parece que no tiene tanta importancia el estar un día y otro debatiendo sin resultado útil, como el discutir los proyectos que están sobre la mesa, y cuyo espíritu está decidido a sostener el Gobierno, si bien admitirá todas aquellas reformas, vengan de donde vinieren, que los mejoren y beneficien. He dicho. (Aplausos prolongados.) [2387]



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